5 de febrero de 2011

Sangre de mi sangre...

Desde que mi madre me rescatase de las furiosas manos de la soledad, la ira y el desamparo creí que Superman no existia. Que eran los padres.
Llegué a creer que ella estaría ahí siempre. Me había visto tocar fondo y no dejaría que eso volviera a suceder... Hoy he visto lo que una madre furiosa con la vida es capaz de hacer.

El no soportar ver que tu hijo se derrumba y que de él sólo queden algunos cimientos que se tambalean como si hubiesen sido construidos sobre arena de mar, sentir impotencia por no poder rescatarle de los infiernos y odiarle... Odiar a quien no ha podido elegir quien ser.

Desde que mi madre me rescatase de las furiosas manos de la soledad, la ira y el desamparo creí que jamás comprendería lo que soy, se pondria en mi piel y sufriria por un sólo segundo esa llamarada que quema todo tu ser, que destroza cada resquicio del presente y llama a la muerte como el aullido de un lobo que mira a la luna deseando lo que jamás podrá alcanzar.

En el fondo el suelo se resquebraja, se parte y estalla en mil pedazos.
Nunca se toca fondo. Caes, caes y jamás dejas de hacerlo.
Si pudiesemos llegar a lo más profundo la tierra sería una masa que no acabaría...
En el fondo miro al cielo y no veo más que una mancha timida e iridiscente de luz, que salpica mis ojos y me deja en la penumbra.

Estoy sólo, sí. Pero... ¿Quién nace? ¿Quién vive? ¿Quién muere?
Al final de la partida quien ha vivido y muerto hemos sido nosotros. Nadie más.
Luchamos por nuestra vida y morimos por ella.
Muere salvando a la persona que más amas. En el fondo sabrás que lo haces por ti.
Porque TÚ quieres que esa persona viva, porque TÚ quieres que esa persona sea feliz, porque TÚ eres feliz si esa persona ... Es feliz.
Muerte a ti mismo y habrás dejado de vivir. Sueña lo que es viida y vive lo que es sueño.

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